Podría decirse que no es tanto el temor a la enfermedad (o dismorfofobia), que lógicamente aparecerá en mayor o menor medida los últimos años de las mejores de vidas (las que no se interrumpen trágicamente), lo que, a grandes rasgos, deja en evidencia a una civilización, la nuestra, obsesionado con aparentar lo que no es; no es tanto la dismorfofobia, decíamos, como la fobofobia, el miedo al miedo, lo que no hace parecer idiotas. Idiotas por hacer y decir algo distinto a lo deseado, justo en el momento en que podemos comportarnos como queramos.

Idiotas porque es imposible pasar de ser demasiado joven para algo, a ser demasiado viejo para lo mismo, sin pasar por el momento perfecto para hacerlo. Pasamos de fingir que tenemos más edad de la que tenemos a fingir que tenemos menos.

La mayoría de las veces, la vejez afecta a un puñado de características físicas “externas”, pero deja intactas otras de igual o más valor. ¿Está justificado el miedo a la vejez? ¿O es miedo al miedo?

Quizá la mejor manera de combatir la fobofobia sea asomarse a nuestro yo futuro, el yo que solo será si la nuestra es una de las buenas, de las mejores vidas. ¿Por qué el premio a una gran vida, la vejez, nos atormenta en lugar de hacernos sentir satisfechos y orgullosos? Esa es una más de las muchas paradojas que aparentemente conforman nuestra naturaleza.

Los centros de envejecimiento del Festival 10 Sentidos, más allá de la inevitable curiosidad que lo desconocido y esperado (nuestro yo en potencia) genera, propone reflexionar sobre el origen y causa de esta huida, de esta fobia, que nos ridiculiza porque nos hace faltarnos el respeto a nosotros mismos y a nuestros mayores.

Tratamientos de envejecimiento