La Plata irrumpió en nuestras vidas a mediados de 2016 a través de una grabación casera subida a Youtube. Una canción regida una melodía luminosa y un estribillo imposible de eludir. Su autor, un músico desconocido hasta el momento más allá del circuito underground valenciano, vio como “Un atasco” causaba sensación de forma inmediata.
Rugieron las redes. Sonaron los teléfonos. ¿Quién era ese chico? Miguel J. Carmona -un batería bregado desde los 15 años en el hardcore (Tulipan), la experimentación (Teletexto), e incluso el garage (Thee Vertigos)- fue el primer músico que se unió al proyecto que había iniciado en solitario Diego Escriche (Acapvlco) meses atrás.
La idea era muy tentadora: hagamos hits de pop… pero a nuestra manera. Una banda verse-chorus-verse; accesible pero inevitablemente contaminada por el punk y hardcore. Una banda que rara vez visite los medios tiempos.
La guitarra melódica de Diego se complementó con la de Salvador Frasquet (Mental Signals), un virguero de las seis cuerdas. Entre unos y otros serpentearon pronto las líneas de bajo de María Gea; pura elegancia desarrollada gracias a una lectura atenta y muy personal de grandes bandas del underground anglosajón, como Big Boys o ESG. El sonido de la banda se remató definitivamente con la incorporación de Patricia Ferragud, a los mandos de un teclado soñador que trepa hasta nuestros oídos envuelto en brumas y nos remite inevitablemente a la década de los ochenta.
La primera referencia discográfica del quinteto valenciano vino de la mano de Sonido Muchacho en marzo de 2017. Un EP de tres canciones grabado con Daniel Cardona y masterizado por Carlos Hernández (Triángulo de Amor Bizarro, Viva Suecia) que se agotó en apenas cuatro meses. Después de completar una extensa gira nacional de más de 50 conciertos, la publicación del LP “Desorden” (esta vez grabado y producido por Hernández) confirma a La Plata como una verdadera fábrica de hits.
Cada una de las diez canciones de este álbum –que incluye los tres temas del EP- dispara las emociones y despierta la curiosidad del que escucha. Estructuras de pop plagadas de quiebros, aceleraciones, parones y líneas sinuosas. El fruto de un minucioso –¿obsesivo?- trabajo de composición, que se compensa con toneladas de frescura y nervio.
