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Las locuras de ocho periodistas valencianos (parte II)


El festival 10 Sentidos ha pedido a varios periodistas valencianos que escojan un ‘objeto’ cultural relacionado con el lema de este año ‘A lo caos’

 

Moises Pérez (eldiario.es) Loco de Vendetta

“Mi elección es la canción Loco, del grupo navarro Vendetta. Se trata de una canción que ilustra la demencia, la locura con una letra que es un canto a romper con los tabús, a traspasar las fronteras de lo moralmente correcto de forma desternillante, fruto de esa admiración por todo lo que encierra maldad o resulta prohibido. Los ritmos rápidos de la trompeta ilustran una pieza musical que es puro delirio, locura en esencia”.

 

Álex Zahinos (Levante) Zelig

“Es la historia del camaleón perfecto, el hombre capaz de ser treinta personas diferentes antes del almuerzo. Además de la originalidad con la que la cuenta Allen (el falso documental pocas veces ha llegado tan lejos), la historia es una manera tremendamente original de abordar el trastorno de identidad disociativo. En pocas palabras, Leonard Zelig es un hombre que construye su individualidad en función del contexto, con el único ánimo de agradar a quienes están con él. Un domingo aparecería con flequillazo en un mitin del PP y al rato se le podría ver con coleta aplaudiendo a Pablo Iglesias. Miente todo el rato, pero hay algo que se mantiene en su personalidad: es un tipo inocente, tan inconsciente de cómo se va transformando (físicamente, incluso) en aquello que le exige el contexto que uno llega a entender cómo podría ser por la mañana un judío en la Alemania nazi y por la noche llevar la esvástica en el uniforme. Lo único que anhela es formar parte del grupo. Está tarado, sí, ¿pero acaso hay tanta diferencia entre él quienes le rodean?”

 

Marta Moreira (ABC) Daniel Johnston «Hi! How are you»

 

“Educados como estamos en una sociedad obsesionada con la proyección de felicidad y éxito, a veces lo único que nos eriza la piel procede de la simplicidad y la fragilidad más extrema. Un par de notas y una voz quebrada por el desorden mental es todo lo que necesita Daniel Johnston para canalizar su sufrimiento, y hacernos partícipes de él, aunque sea por unos minutos. Cualquiera de las canciones de su célebre “Hi, How are you” es una triste pero bella crónica compuesta desde el ojo del huracán de la locura. Maldito regalo envenenado el de una enfermedad –un trastorno bipolar severo que sufre desde la adolescencia- que es al mismo tiempo causa de su tormento y motor de su genio”.

 

Eva Peydró (El Hype) Corredor sin retorno

 

“La locura colectiva, potenciada y creada por líderes manipuladores capaces de diseñar las creencias y los valores de naciones y civilizaciones enteras, es una patología diabólica e inmemorial, que trastorna a los individuos y borra los límites entre los cuerdos y los locos, los sensatos y los fanáticos. Trazando un plan que ennoblece y honra a los sumisos aventajados, el poder se convierte en un juez divino que premia y castiga, que separa a las personas de acuerdo con su docilidad y atribuye certificados de posesión de facultades mentales.

Uno de los ejemplos artísticos que mejor han descrito este proceso es ‘Corredor sin retorno’ (Shock Corridor, 1963), el filme que tras la etiqueta de serie B anticipó otras películas como ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’ (Dr. Strangelove, 1964) o el díptico de Lars von Trier ‘Dogville-Manderley’. Samuel Fuller cumplió en su película con todos los requisitos del cine de bajo presupuesto, de exploitation, que no olvidaba ni un detalle, incluido el erotismo y el sensacionalismo morboso de los agresivos tratamientos psiquiátricos, al tiempo que reflexionó profunda y dramáticamente sobre los mecanismos de la salud mental, lejos de la palabrería pseudocientífica, propia de otros filmes de la misma temática, y el engolamiento con que se había tratado hasta entonces en el cine.

El protagonista de ‘Corredor sin retorno’ es un periodista, Johnny Barrett, motivado por la ambición de obtener el Premio Pulitzer, sin importarle el precio que tenga que pagar, en principio ingresar en un hospital psiquiátrico para investigar un crimen del que son sospechosos tres de sus residentes. La primera revelación, por tanto, surge cuando comprobamos que la locura no es certificable y que si los profesionales pueden ser engañados, también pueden serlo los pacientes, con todas sus consecuencias. A continuación, el thriller se refuerza con el drama psicológico, la tensión y la voluntad de resistencia a los tratamientos, el electroshock y el aislamiento en un ambiente claustrofóbico y hostil.

 

Sam Fuller despliega sus recursos dramáticos, destacando la voz en off como soliloquio que vaga entre el pasado y el presente, con recuerdos y alucinaciones; pero también recurriendo a la música como discurso en principio armónico, pero que pierde coherencia, belleza y propósito paralelamente a la acción, a ese terrible crescendo del deterioro mental de Barrett, mediante la fragmentación, el desafinamiento, o el cover inquietante de piezas musicales como ‘El barbero de Sevilla’. Por otra parte, la fotografía de Stanley Cortez (La noche del cazador), refuerza con primeros planos metonímicos la sensación sofocante de reclusión; maneja de forma expresionista el juego de luces y sombras, o crea la ilusión óptica de la infinita profundidad del corredor que da título al filme, símbolo de un indefenso viaje sin retorno.

 

En el planteamiento de su tesis, el director reconstruye toda una nación dentro de los límites del hospital, más concretamente, en el espacio delimitado por el corredor, transformado en símbolo, de la misma manera que otorga a los tres sospechosos del crimen tres aspectos arquetípicos de la locura americana, algunos muy vigentes (o actualizables como la Patriot Act, la política de inmigración o la guerra contra el terror islamista), todos basados en el miedo programado. Fuller muestra a los tres internos convertidos en sus propias antítesis: el racismo, la xenofobia, el terror nuclear; Stuart, el puritano veterano de Corea; Trent, uno de los primeros negros universitarios, que se cree miembro del Ku Klux Klan y Boden, un científico atómico, que actúa como un niño de seis años. Corredor sin retorno denuncia lo patólogico de los discursos racistas, la soflama patriótica, el fanatismo o la guerra, así como la hipocresía e incoherencia de la sociedad. En este sentido, uno de los hallazgos geniales del filme es la secuencia del discurso supremacista, en la que solo al final descubrimos, como en un broma pesada, que es pronunciado por el interno Trent.

Fuller, en su gran metáfora, describe América como un psiquiátrico en el que resulta difícil distinguir a los locos de los cuerdos, porque esa distinción respondería a baremos interesados. Arriba y abajo, recorriendo ese pasillo demencial, el director lleva la paradoja hasta el extremo de convencer a sus espectadores de que han visto un film de exploitation, mientras le transmite un revelador mensaje contra el sueño americano: el periodista que se arriesga para averiguar la verdad acaba afásico (incapaz de pronunciar palabra) aunque alcance el éxito, un castigo parangonable a los de Edward Snowden, Chelsea Manning (antes Bradley) o Julian Assange, actuales moradores del moderno corredor sin retorno.

 

Durante la celebración del festival las librerías Bibliomanía, Estudio 64, Patagonia, Primado, Railowsky, Soriano, La Rossa, Dadá, El chico ostra, Ubik, Librería Leo y Bartleby dedicarán un rincón a la locura, donde se pueden encontrar publicaciones sugeridas por los libreros relacionadas con el tema. Además la Filmoteca y la Fnac dedicarán ciclos a películas y series que abordan esta temática. ‘Corredor sin retorno’ se proyecta los días 31 de mayo y 1 de junio.

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